La masonería hunde sus raíces en los antiguos gremios de albañiles o masones. Estos gremios existieron desde la antigüedad y, en occidente, cobraron una gran importancia en la Edad Media, en relación con la construcción de las grandes catedrales. La unión de un conocimiento de tipo técnico, ligado a la construcción de los grandes templos, a una fuerte componente espiritual, en conexión con el fin al que iban dirigidas esas construcciones, hizo que el gremio de los masones se dotara de unos fundamentos esotéricos e iniciáticos que no estaban presentes en otros grupos profesionales o artesanos. A esta masonería se le denomina operativa, en referencia al hecho de que sus miembros trabajan físicamente en la construcción.
A partir de la segunda mitad del Siglo XVI, los Masones Operativos, comenzaron a permitir el ingreso en sus Logias de personas que no eran del gremio, pero que por sus méritos personales (intelectuales, políticos, sociales, económicos por ser patrocinadores de la causa, humanísticos, etc.) merecían ser considerados como tales. A estos nuevos miembros se les dio el nombre de Masones Aceptados. Eran algo así como miembros honorarios, por lo que estaban exentos de obligaciones materiales como la de contribuir al sostenimiento de la Logia.
El incremento constante de los Aceptados y la reducción acelerada de los Operativos por la deserción del gremio, causada por la caída de la demanda de obra civil, provocó una severa crisis al interior de las Logias.
Durante el siglo XVII, una burguesía rampante y acaudalada, unida a una corte deseosa de nuevas formas de aprovechamiento del tiempo libre, así como a ciertos grupos de intelectuales, militares, artistas, etc. fueron apoderándose poco a poco de las Logias, que gradualmente fueron orientando su perfil hacia el de los clubes filosóficos, tan de moda en la época.
En 1717 se federaron cuatro Logias de Londres y Westmister para formar la Gran Logia de Inglaterra, dando origen a la época moderna de la masonería. Estas Logias trabajaban mediante la utilización de Ritos de transmisión exclusivamente oral, utilizados por los masones constructores de catedrales ya en los inicios de la Edad Media, siendo poquísimos los documentos que se conservan al respecto, debido a la tradición del secreto masónico.
En cuanto a su aparición en España, se sabe que la primera Logia que levantó columnas en nuestro país lo hizo de la mano de un grupo de ingleses de paso por España, el 15 de febrero de 1728 en el Hotel Las Tres Flores de Lys de la Calle San Bernardo de Madrid, y que fue conocida como La Matritense. Su fundador, el Duque de Wharton, moriría poco más tarde, en 1731, en el monasterio de Poblet, donde fue enterrado. Esta Logia no pudo afianzarse debido a la presión de la Inquisición a partir de 1738 y de la persecución inciada por Fernando VI, que en 1751 promulgaría un edicto condenando la masonería.
No es hasta 1809 cuando la masonería se introduce en España de forma organizada, de la mano de las tropas napoleónicas. En primer lugar se crean Logias formadas exclusivamente por militares franceses, pero poco a poco, van surgiendo en Madrid otras logias de "afrancesados", españoles al servicio del rey José Bonaparte, que era a su vez Gran Maestre de la masonería en España. El mejor exponente de este fenómeno lo constituyen las logias madrileñas de Santa Julia, Almagro y Beneficiencia de Josefina.
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