“— Papá, ¿sabes lo que me vas a comprar para mi cumpleaños?
Pues… una caja de soldados.
— Bueno, hijo mío. Ya que te gusta esa clase de juguetes te compraré una caja… pero no de soldados, sino de exploradores.
— ¿Y por qué no quieres que sea de soldados?
— Porque con la caja de soldados tendrías que jugar a hacer batallas, mientras que con la de exploradores puedes jugar a campamentos, a marchas, a muchas cosas, pero siempre en plan de paz.
— ¿Y tú no quieres que yo juegue a guerras?
— No, hijo mío. No quiero que te familiarices con la idea de formar combates. Demasiado metida está en el ánimo de los hombres la idea de la guerra y la matanza, sin necesidad de imbuirla también en los niños por el método de Montesorí.
— Sin embargo, hay muchos niños que juegan con soldados de plomo, y con sables y escopetas.
— Es verdad, hay demasiados. Pero yo quiero para ti una educación esmerada; quiero que aprendas a respetar la vida de los hombres y de los animales; por eso nunca te compraré cajas de soldados, ni de toreros, ni escopetas, ni sables. Te compraré rompecabezas que te enseñen a construir, y no a destruir, juguetes mecánicos que exciten tu curiosidad por saber cómo funcionan, aunque los rompas para ver lo que tienen dentro; aros, pelotas, balones, etc., que te obliguen a correr y a hacer ejercicio, pero nunca juguetes que al jugar con ellos tengas que pensar en matar a alguien.
— ¿Y qué importa que lo piense, mientras no lo haga?
— Es que el pensamiento es una fuerza muy poderosa. En lo que piensa un niño, en aquello se convierte cuando llega a hombre. Si de niño piensas en matanzas, de hombre llegarás a matar”
(“La caja de exploradores”, en Vida Masónica, revista mensual, año VI, sept. y octubre, 1931, núms. 7 y 8, pp. 95-96).
Publicado en José Antonio Ferrer Benimeli, La Masonería española: La Historia en sus textos, Madrid, 1996, pp. 197-198.
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